
Una publicación ésta, en la que voy a tratar otro concepto de belleza, en este caso seminatural, pero que igualmente le da una estampa característica a los lugares donde se dispone; y es que el paisaje de la caña de azúcar en Bolivia es una de las postales que siempre te llevas de los territorios donde se asientan estos cultivos, de carácter extensivo, quizá latifundista, y que principalmente se dan en los dominios agrícolas aledaños a la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.
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En concreto, en esta ciudad boliviana siempre ha habido una especial vinculación con este cultivo, teniendo un fuerte impacto en la economía departamental y siempre al auxilio de una climatología subtropical muy favorable para su nascencia y desarrollo; es tal la bondad meteorológica que se pueden dar, incluso, dos cosechas anuales…
Quizá los más puritanos y defensores acérrimos de lo natural achaquen que cultivos como los de la caña de azúcar, casi siempre asentados en grandes latifundios, necesitan muchas hectáreas de terreno deforestado; es algo similar a lo que ocurre con el maíz, que también se da con frecuencia en las cercanías de la citada ciudad, cultivado principalmente por las comunidades de menonitas asentadas en Santa Cruz y que están embebidas en la misma y recurrente controversia.

Al margen de cualquier polémica, la caña de azúcar, desde que se trajo de Europa, ha sido el macramé sustancial de la cultura productiva agrícola oriental boliviana y, por ende, de la esencia cruceña.
Es curioso el hecho de que no es un cultivo originario de América; su origen, con cierto halo de nebulosidad, se sitúa en Nueva Guinea desde donde los pueblos nómadas navegantes la llevaron a la India, para posteriormente extenderse por territorio chino; y esto ocurría hace más de 6.000 años.
Hasta que el conquistador persa Dario ultrajó esos territorios y absorbió todo el concepto productivo de la caña de azúcar, llegándola a definir como “la miel que no necesitaba abejas”. Esto sucedía allá por el 640 a.d.C y hubo que esperar más de mil años para que se produjera el siguiente hito histórico de renombre en la expansión de este cultivo por todo el mundo.
Esto sucedía cuando los árabes tomaron el conocimiento persa del cultivo de la caña y lo implantaron en todo su territorio, aquel benevolente climáticamente; así es como llegó al sur de España y norte de África y desde ahí, y con el descubrimiento del Nuevo Mundo, a las zonas cálidas del continente americano, como es el caso del oriente boliviano.
El uso más característico que se le da a la caña de azúcar es la de la elaboración, propiamente dicha, del azúcar.
En Europa ésta se obtiene de la remolacha azucarera y a través de un proceso químico; aquí viene la curiosidad del caso, pues con el primer grito libertario de América, ese que se producía en la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, y con la subsiguientes guerras independentistas que se produjeron por todo el continente americano, hubo una tremenda crisis productiva de la caña con la consiguiente repercusión mundial, por su dependencia de la producción americana.
Es en este punto histórico, inicios del siglo XIX cuando, motivados por esta carestía, los europeos (se cree que fueron los franceses) crearon todo el proceso para extraer el azúcar de la citada remolacha. Que quede presente la curiosidad…
Con el apoyo de la historia de este cultivo y de un clima subtropical, de mucha radiación solar y lluvia, que le da la cobertura suficiente y necesaria para su crecimiento, se puede entender que sea un cultivo con un matiz cultural muy arraigado en el oriente boliviano y que forme parte indivisible de la tradición camba, reflejadas incluso estas usanzas en torno al laboreo de la caña por pintores costumbristas cambas como Ángel Blanco, que dan fe de ese referenciado enraízo…

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Siempre puedes pasear por lugares de diferentes zonas de Santa Cruz y ver monumentos dedicados, como el trapiche antiguo que servía para extraer todo el jugo del tallo de la planta mediante unos rodillos que la machacaban y que giraban con el apoyo de un tedioso paseo rotativo de mulas de carga en torno al artilugio. El de la siguiente foto es un trapiche más moderno y de uso manual, pero el concepto es el mismo.

Quizá desde el punto de vista del decoro, la época menos estética para los campos y paisaje campesino afectado, sea la época de recolección, donde se rompe esa mono crómica línea verdosa de los cultivos, unido a la frondosidad de ellos, para dejar una transitoria aridez, la que va desde la cosecha hasta la próxima siembra y que, dada la vigorosidad del clima subtropical del oriente boliviano, no se dilata mucho en el calendario.

Es una temporada en la que las factorías trabajan a pleno rendimiento, dejando las típicas fumarolas salientes de sus chimeneas y que le dan una fragancia a los sitios donde están, tal es el caso de Santa Cruz de la Sierra, un tanto extraña, quizá desagradable; incluso después de la cosecha se produce la quema de rastrojo que invade de humo las zonas de cultivo y las cercanas.
Es una temporada corta del año pero que incita cierta queja entre sectores sociales críticos.
Otra foto distintiva de la temporada de cogida es la de los camiones con sus remolques colmatados de caña y que en tránsito o en las puertas de las fábricas, siempre suponen la imagen de temporada característica.

Aún con estos trastornos circunscritos a la época de siega, es innegable que los campos de la caña de azúcar en Bolivia dan un cuadro costumbrista muy lindo que tiene su punto de interés, me refiero al hecho de visitarlos; yo siempre he sacado tiempo para alguna escapada en diferentes fases del cultivo y casi siempre, exceptuando ciertos periodos relacionados con la recolección, suponen un llamativo distinto y perfectamente mimetizado en la embriagadora naturaleza que el oriente de Bolivia ofrece.